domingo, 1 de noviembre de 2009

Felipe Uribe de Bedout










Referente de la nueva arquitectura colombiana, propone edificios culturales donde el agua y los lugares de encuentro son un vehículo para integrar a los ciudadanos de Medellín.



MEDELLIN. - "Si nos hacen una piscina, los queremos mucho!", grita un grupo de niños en una Comuna de Medellín, hasta hace algunos años uno de los enclaves más violentos del mundo y hoy en proceso de innegable transformación, cuyo canal es la concreción pautada y continua de planes urbanos integrales que ponen a la educación como estandarte con la convicción de que el patrimonio de una comunidad está en los más chicos.
La escena transcurre a la entrada del Colegio de La Independencia, en construcción, cuyo autor es Felipe Uribe de Bedout, también el destinatario del curioso pedido. El efecto es inmediato. Uribe elucubra el modo de concretar el deseo de estos niños, que es suyo y que resume las convicciones que han impulsado su tarea a lo largo de sus 20 años de labor profesional.
Hay en este arquitecto colombiano un definitivo interés por la dimensión política de la arquitectura: el orden del problema es social, político y cultural antes que técnico-constructivo. La visibilidad del contrato social, la promoción de un pacto ciudadano equitativo o la definición de las cuestiones de la identidad y la pertenencia son objetivos más vinculados con la memoria y el territorio que a la estética y la proporción.
Con una carrera vasta en número y escalas de proyectos, sus apuestas más elocuentes apuntan a lo que él concibe como un servicio público más: el espacio público. Obras como los Parques de los Deseos y Pies Descalzos, la Biblioteca EPM, o el proyecto para el Parque de las Silletas son ámbitos que impulsan el desarrollo de las instituciones democráticas, escenarios para la conversión del habitante en ciudadano. Versatilidad del agua
Incisivo y certero, Uribe sostiene el protagonismo de la reflexión como hecho arquitectónico, necesario a la hora de redefinir intereses e intuir cuál es el sentido de la disciplina hoy. Convencido, reivindica el territorio como elemento estructurante de las comunidades y subraya que en el conocimiento y exploración de sus condiciones y recursos radica la posibilidad de la arquitectura de conquistar los valores del bienestar a los que toda comunidad aspira y que son condición para la distancia reflexiva. El agua es territorio. Como en muchas ciudades latinoamericanas es también armonía o desastre. El agua tiene su propia lógica. Es origen y medio.
Material versátil y polifacético es una constante en su arquitectura. Abstracta, reserva un lugar para la sorpresa, la interpretación o la creación de tiempo y espacio propios. Lúdica, sorprende, fascina, concentra y dispersa. Continua, ensordece o arrulla, alucina y refresca, conduce y transforma. Elemento excepcional en la ciudad, convoca, filtrándose democrática en todos los estratos sociales.
La riqueza de la propuesta se hunde en lo no dicho. Las ideas se construyen valiéndose de la innovación y la abstracción, de la complejidad y la contradicción, polarizándose para dar cabida a la libertad y la elección personal.
Masa y vacío, horizontalidad y verticalidad, tradición y vanguardia: juegos de opuestos se combinan con precisión milimétrica con la intención de provocar la imaginación, la emoción y la sorpresa de la existencia cotidiana.
Visitante frecuente de Buenos Aires, es capaz de analizarla hoy con la visión crítica del residente reflexivo y la fascinación extrañada del visitante. Como Medellín, nuestra ciudad abunda en territorios de oportunidad que Uribe se empeña en nombrar. Y nuevamente el agua: en la propuesta para el Concurso de Ideas del Parque de la Ciudad, asociado al equipo ganador conformado, entre otros, por los arquitectos Roberto Aisenson y Oscar Fuentes; o en el Taller de Ciudad en Santa Fe, centrado en la recuperación del puerto local; en su país, al apuntalar apasionado planes de ordenamiento urbano promovidos desde su propia gestión, investigación e insistencia.
Movido por aspiraciones más que por las necesidades que plantean los programas, Uribe los reinventa y exige para ampliar las oportunidades de cada proyecto. Desobediente, propone desde la diversión. Desde el anhelo, superar la urgencia y sus limitaciones. Desde la excepción, convocar en la convivencia, el diálogo, la diferencia y el roce. En lugar de separar, abarcar y contrastar: convivir en la fricción, ya no como espacio para la violencia, sino como territorio para la oportunidad, la cohesión y la inclusión comunitarias.
Por Guillermina Abeledo Para LA NACION
felipeuribe@une.net.com



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