miércoles, 12 de enero de 2011

Mathias Klotz-Segun pasan los años... o los clientes

Esta bueno ver como cambiamos a medida que pasan los años, maduramos, a veces con el pasar el tiempo algunas cosas que amamos comenzamos a detestarlas.Aqui ahora Mathias Klotz y su relación con los comitentes. En julio de 2006 pensaba que si era necesario debía invitar al comitente a pasar unos días con su propia familia para conocer la forma de vida de esa persona, cuatro años después....solo lean

CLARIN -MAR 04.07.2006
Pragmático y poético

Mathias Klotz encara la profesión de arquitecto de una manera muy personal: la conjuga con su vida privada al punto de, en muchos casos, llevar a sus clientes a vivir con su familia unos días. "Mi idea no es sentar al cliente en las rodillas para que dibuje, pero sí interpretarlo todo lo posible", afirma cuando se le pregunta de qué manera participan sus clientes en los proyectos. Pero el objetivo de tanta interacción con el usuario esconde la intención de "evangelizarlo", seducirlo con una forma de vida en sintonía con la arquitectura.

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LA TERCERA-REVISTA MUJER-15/08/10
Salí con...Mathias Klotz

A este arquitecto no sólo lo distingue su talento para diseñar construcciones, sino también su lengua. El susodicho es tan aleonado que se atreve a criticar a todos y a admitir que su peor placer culpable es disfrutar de la desgracia de quienes no soporta.


Me fue realmente imposible mover al arquitecto Mathias Klotz (45) de su casa. Le gusta tanto estar en su cómodo y ultramoderno loft, que me invitó a tomar desayuno. Y me recibió feliz de la vida disfrutando de su café de grano y de su entorno perfectamente bien ordenado. De entrada me dijo que encuentra fomes a los cuicos, “quienes son el convencionalismo per se y tienen un formato de vida superestablecido e insoportable”.
Klotz cuenta que prefiere mil veces construir edificios en vez de seguir realizando sus afamadas casas. “Con los edificios se ganan más lucas y como son más abstractos se valoriza más el criterio personal. En cambio las casas son un pésimo negocio. Se demoran como dos años y medio en hacer y además te tiene que caer superbién el cliente, porque si te cae como el forro lo pasas como la mierda”.
–¿Y te ha pasado?, le pregunto, y contesta que sí: “Me han podrido la vida. Llevarse mal con un cliente es como estar con una mujer que te pone el gorro: insalvable. Hay algunos que he llegado a despreciar tanto, que no les hubiese hecho jamás una casa, sino un hoyo bien negro tapado por fuera, para que no pudiesen salir”. Y luego se pone a criticar a ciertos colegas suyos que construyen –según él– edificios terribles, que más encima repiten para ganar más dinero. “Puerto Velero es el mejor ejemplo de eso: quedó terrorífico. Y frente a eso, ¿qué puedes pensar de aquellos arquitectos?, sólo que son unos infelices… Pero igual, muchos de ellos son mis amigos”.
–¿Aló, Moscú? ¿Pero cómo puedes decir que son tus amigos si los tratas de ‘infelices’?, le pregunto y me dice: “También puedo hablar con gente que no piense como yo, ¿o no? Eso sí, a mis hijos los tengo superbién enseñados. Ellos, por ejemplo, cuando van por una zona y ven que todos los edificios son iguales, solitos me dicen ‘es bien flojo ese arquitecto’”. Por último confiesa que su peor placer culpable es disfrutar increíblemente con la desgracia ajena. “Me genera un placer absolutamente perverso ver caerse a aquellos que no me agradan”, explica, y yo sólo me quedó cruzando los dedos con la esperanza de nunca caer en su lista negra.

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